Covid-19 y Educación superior: debilidades reflejadas

Covid-19 y educación superior

Hace algunas semanas ví en twitter una discusión sobre la relación entre covid-19 y educación superior. Me llamó la atención sobre todo un profesor que no le daba tanta importancia a la situación, puesto que la Universidad era una institución antíquisima que ya había sobrevivido varias crisis, y esta sería una más que sobreviviría sin problemas. Creo que es pertinente recordar que:

"Pero nada es para siempre: incluso los ambientes más estables cambiarán en algunas ocasiones, y en algunas ocasiones será un cambio muy rápido."
Alex Rosenberg
Why social science is biological science

2020 es un año que pasará a la historia: es el año de la COVID-19, una pandemia que nos ha encerrado en la casa, aislado socialmente y con temor sobre nuestros empleos por la profunda crisis económica que afecta a todo el planeta. Son varios los sectores económicos que sufren las consecuencias de la pandemia, y la educación superior es uno de ellos.

Las universidades ya han lidiado con pandemias. Las primeras instituciones  fueron creadas entre el siglo XII y el siglo XIII y, si bien han habido algunos cambios (pasando de a educación medieval, a la napoleónica, la alemana o la norteamericana), la estructura general de la universidad se ha mantenido relativamente estable durante todo ese tiempo.

Durante ese proceso, hemos sufrido  varias pandemias. Pasamos por la peste negra, por las grandes plagas del siglo XVII, por la del cólera a finales del siglo XIX, la gripe española de 1918, y más recientemente por la epidemia del SIDA desde la década de los ochenta. Como especie, no hemos sido ajenos a las pandemias, y las universidades tampoco lo han sido y han sobrevivido. Entonces, ¿qué tiene hay de especial entre la pandemia del COVID-19 y educación superior que nos tiene reflexionando al respecto?

La diferencia es que es una tecno-sociedad quien la sufre. Estamos hiperconectados,  podemos mantener contacto entre nosotros y varios sectores económicos pueden funcionar digitalmente. Por ello, esta es una pandemia distinta, puesto que puede acelerar una tendencia que ha tenido la sociedad, en general, para cambiar sus comportamientos de forma dramática.

Por ello, la digitalidad es lo distinto. Recordemos que lo digital, más que una cosa concreta, es un modo en el que se hacen las cosas. Funcionamos y actuamos distinto a cómo lo hacíamos antes del mundo digital, aunque trae un problema ¡No todos tenemos las mismas posibilidades de hacer las cosas de manera digital! No todos tenemos el mismo acceso a las posibilidades de lo digital, tal como lo planteo aquí.

Historia de las pandemias
Pandemias en la historia

De igual modo, la pandemia está generando otra crisis que magnifica sus consecuencias: la crisis económica. En el segundo semestre de 2020 se han dado unas caídas récord en la producción económica a nivel internacional, y en el caso específico de América Latina las perspectivas tampoco son positivas. ¡Es posible, incluso, que en Colombia se tenga una crisis peor que la de 1999, la más fuerte de su historia!

En esta entrada planteo algunas consideraciones sobre los efectos que tiene el COVID-19 y cómo no deberíamos volver a la normalidad, sino adaptarnos a una nueva normalidad. Por ello, en esta ocasión quisiera detenerme a hablar específicamente sobre la educación superior.

El COVID-19 y educación superior

La respuesta de la educación superior por covid-19 en todo el planeta ha sido similar: suspensión de clases presenciales y traslado a entornos virtuales a través de plataformas (Zoom, Teams, Meet, etc). Es una respuesta lógica, pero que ha generado una reacción esperable: un movimiento internacional tanto de alumnos como padres para que se reduzcan los costos de matrícula, puesto que la educación, según ellos, no debería costar lo mismo digital que presencial; ejemplos de ello son el Reino Unido y  Colombia.

Las universidades se encuentran en una situación de alto riesgo. Dicha presión para reducir las matrículas puede generarles una crisis económica,  sin que esta sea la única manera en que pueden ver golpeadas. Recordemos que las universidades realizan tres tipos de actividad: docencia, investigación y extensión (recomiendo ir a este libro de Pablo Patiño).

La extensión tiene muchos nombres: tercera misión, vinculación, relacionamiento con la sociedad, etc. En esencia se refiere a la manera en que las universidades interactúan con el resto de la sociedad. Así, es una manera en que las universidades reciben dinero para su funcionamiento, puesto que pueden licenciar tecnologías, realizar consultorías, o formar en cursos cortos a las empresas. Pero la crisis económica puede generar una menor demanda por los servicios de acompañamiento de las universidades, lo que implica menos recursos financieros para estas.

Quizá la actividad menos impactada por la pandemia sea la investigación, y en algún post hablaré de que para sobrevivir las universidades deben adoptar la investigación como su eje fundamental. No obstante, para realizar investigación las universidades requieren grandes recursos económicos, los cuales pueden provenir de ellas mismas (lo cual es difícil por la reducción de ingresos) o por actores externos. Es posible, entonces, que los recursos empresariales y estatales que financian la investigación también se vean reducidos en un futuro cercano. Esto dependerá de la cultura de cada nación y la importancia que ella le concede a la ciencia.

El desarrollo equilibrado entre estos ejes misionales será la clave para que las universidades se adapten a la COVID-19. Pero, ¿todas las universidades se verán igual impactadas?

Características de la educación superior ante covid-19

América Latina ha incrementado el financiamiento a su educación superior en años recientes. La inversión de la región se acerca a los promedios de los países integrantes de la OCDE, como por ejemplo Chile que con un 2,4% en 2010 superaba incluso el peso de la educación superior, en el PIB, que en promedio le asignan aquellos países, de acuerdo con García de Fanelli.

El Estado no ha sido el único responsable en ese crecimiento, sino que el sector privado ha participado en la expansión de la educación superior. Así, se han formado dos tipos principales de universidades: públicas y privadas. Las primeras son financiadas por el Estado mientras que las segundas son actores privados que en algunos casos pueden buscar un lucro y en otros operan sin necesidad de este.

Las universidades privadas han sido importantes para formar nuevas generaciones de profesionales, puesto que los cupos disponibles en las universidades públicas no son suficientes para cubrir toda la demanda que tiene la sociedad.

A pesar de sus diferencias, las universidades púbicas como las privadas tienen una gran preocupación en común: contar con los recursos financieros para su funcionamiento. Difieren en la manera de abordar sus preocupaciones, puesto que cada una tiene sus propios incentivos. En el caso de las públicas, los recursos son asignados por el Estado, por lo que las acciones que realizan las universidades para su funcionamiento están más enfocadas en la presión pública y negociaciones políticas con los gobiernos para asegurar el sostenimiento o aumento de los recursos que se les asignan. Por otro lado, las privadas tienen como fuente de financiamiento principal la cantidad de matrícula en los programas de pregrado y posgrado que ofrecen, por lo que están más enfocadas a las necesidades de mercado y son más sensibles a la competencia y a los cambios que aquel tenga.

Y la COVID-19 genera mayores presiones a la disponibilidad de recursos con el que cuenta la educación superior para su financiamiento.

Los gobiernos han tenido que incrementar su déficit económico para paliar la crisis económica y casi que de inmediato inicia la presión para encontrar la forma de reducir egresos con miras a financiar la deuda adquirida. Así, no podemos esperar que en los próximos años se expanda la oferta universitaria pública en Iberoamérica, e incluso se debe trabajar en la protección de la ya existente ante las mencionadas presiones por reducir el gasto en algunos gobiernos.

¡Pero la crisis puede ser mayor en la universidad privada!

Como mencioné, las universidades privadas dependen fundamentalmente de la matrícula que logran en sus programas de formación (pregrado y posgrado). Pero también están esos llamados para que las instituciones reduzcan el costo de la matrícula. Las privadas están presionadas para reducir sus principales fuentes de ingreso. El problema es que si se da esa reducción, las universidades también tendrían que reducir sus egresos, tales como los salarios a ciertos docentes, personal administrativo, infraestructura, y otros temas. Y no es factible que esas reducciones se realicen en el corto, por lo que la sostenibilidad de la institución queda en peligro.

La situación puede ser peor. Al menos en Colombia, se ha incrementado la deserción y disminuido la matrícula en las instituciones de educación superior. Así que la crisis es doble: menos estudiantes matriculados con un menor valor de la matrícula. En el caso de la pública, tampoco se puede tener buena perspectiva, puesto que, si bien hay mayor demanda que cupos, garantizando que todo cupo se otorgue, la cantidad de solicitantes de cupo también ha venido bajando en años recientes.

Como se puede ver, la situación financiera puede ser dramática en los próximos años para las universidades. Por esta razón es que las universidades en Colombia hicieron un llamado al gobierno nacional para tener un apoyo financiero, puesto que de otro modo no podrían garantizar su supervivencia.

Pero hasta ahora solamente he hablado de las universidades. La realidad es que no son los únicos responsables de la educación superior, sino que también existen las instituciones de educación técnica y tecnológica. La diferencia que tienen con las universidades está en la dimensión de educación que ofrecen a la sociedad, puesto que, a diferencia de aquellas, estas no se enfocan en la educación profesional sino en las dimensiones técnicas y tecnológicas, que tienen tiempos de formación más cortos y las personas pueden salir más rápido al mercado laboral a obtener ingresos (si bien son menores que un profesional, se obtienen pronto). En un contexto de crisis económica, esta velocidad para obtener ingreso puede ser una variable crucial para elegir el tipo de educación superior, sumado a que un programa técnico/tecnológico tiene menos costos asociados.

 

¿Qué pasa con el acceso a la educación?

Puesto que las universidades privadas dependen de las matrículas para ser sostenibles, resulta claro que el costo que se paga por estudiar en ellas puede ser elevado, y será mayor entre mejor calidad (docentes y bienestar) tenga la universidad. En esa medida, no todas las personas pueden acceder a la educación superior privada, solo quien cuente con los recursos económicos necesarios.

En la universidad pública también hay restricciones, si bien no se paga cifras elevadas por la matrícula e incluso que sea gratis, en la mayoría de los casos los cupos para acceder son menores a la demanda de la sociedad. Así, no todos podríamos acceder a la educación superior pública, solo quien supere los exigentes requisitos que imponen las universidades.

Podemos ver la inequidad en el acceso a la educación superior. En el caso de las universidades privadas, solo los que provengan de los estratos más altos de la sociedad pueden pagar el costo de la matrícula. Pero la situación se puede repetir en el caso de las universidades públicas, puesto que superar los criterios de selección depende, casi siempre, de las habilidades y conocimientos adquiridos en la educación precedente, la cual suele ser mejor en los colegios de mayor recurso económico. Es por ello que tan solo el 10% del estrato más bajo de la sociedad colombiana puede acceder a la educación superior.

La crisis económica, además, implicara que algunos de nosotros no puedan continuar con su educación universitaria privada, quedando solo con tres opciones no estudiar más, estudiar una técnica/tecnológica, o presentarse a la universidad pública. Puesto que varios prefieren la educación universitaria, la opción pública es la mejor alternativa por lo que pasaran a competir por un cupo en ella, y como generalmente vienen de mejores colegios, es casi seguro que tendrán acceso a ella. Así, la crisis económica podría significar que los estratos más bajos de la sociedad tengan menos cupos disponibles en la universidad pública, incrementando la inequidad para los próximos años.

Pero….¿la educación virtual no puede fomentar una mejor equidad en la educación?

Teóricamente sí, pero la realidad es diferente. Aquí hablo un poco más al respecto, y digo que depende de la brecha digital que tenga la sociedad. Así como no todos tuvimos la oportunidad de acceder a los mejores colegios, no todos tenemos la posibilidad de tener acceso a las mejores herramientas: un computador con una capacidad de procesamiento adecuada o conexión a internet de buena velocidad. Así, por ejemplo, cuando inició la pandemia y las universidades trasladaron sus clases virtuales a entornos digitales, una de las acciones que varias realizaron fue entregar equipos a estudiantes que no disponían de ellos.

En este sentido, la brecha digital puede generar cinco consecuencias que incrementen la inequidad en la educación superior:

Un agravante adicional: las nuevas formas de aprendizaje especializado

Sigamos con el tema de la digitalidad, lo cual implica preguntarnos ¿qué es la digitalidad en educación?

En décadas recientes una de las discusiones en la educación superior ha sido el de la transformación digital, que son los cambios que causan e influencian las tecnologías digitales en la vida humana. En el caso de la educación superior, esto implica cambios en las maneras en que los estudiantes interactúan, aprenden y se comprometen con su educación, por lo que las instituciones no solamente deben pensar en llevar a lo digital la docencia que realizan físicamente, sino que es necesaria una transformación de sus planes académicos para aprovechar las oportunidades y ajustarla a las características de los nuevos estudiantes.

La COVID-19 ha acelerado esta tendencia y es necesario superar el debate presencial/digital, a través de la combinación de estas dos estrategias. Frente a eso, es recomendarle echarle una lectura a este texto del profesor Juan Vásquez en el que plantea formas en que se puede combinar la presencialidad con la virtualidad, y donde se resalta el rol de los profesores y la adaptación que requieren las instituciones para apoyarles y evitar la mera reproducción de las clases presenciales a través de lo digital.

Esto implicará que las universidades se fortalezcan en estrategias de educación digital, como las clases invertidas, la estrategias de educación asincrónica o el desarrollo de programas más intensivos en duración. Para algunas universidades esto no es nuevo, pero si lo es para muchos docentes y allí es donde deben radicar sus esfuerzos las instituciones para proteger la transición.

¿Podrán realizar esto las universidades? No lo sé, dependerá mucho del estilo administrativo de la universidad y el poder de convencer a sus docentes, muchos de los cuales son reacios a grandes cambios en sus estilos de enseñanza. Será todo un reto para los equipos administrativos.

Plataformas como Udemy, Crehana, Platzi, Griky y otras, están enfocadas en atender un mercado digital y tienen incentivos para la creación de contenidos a costos que no son tan elevados para los estudiantes. En este sentido, este tipo de plataformas se vuelven una competencia directa a los cursos de extensión de las universidades y tienen una ventaja a la hora de enseñar de forma digital, puesto que todos sus contenidos están diseñados para ese ambiente.

Bajo estas plataformas alternativas se han venido consolidando otras maneras de entender la formación. Se pueden mencionar tres. Esas instituciones entienden la importancia de la presencialidad, por lo que pueden adaptar sus campus para tener unos encuentros presenciales cada cierto de tiempo o mantienen instalaciones físicas donde los estudiantes pueden asistir cuándo deseen a reunirse o a potenciar sus estrategias de formación. Otra forma consiste en el crecimiento de las maestrías digitales, puesto que es un nivel de educación más avanzado que la carrera profesional, muchas instituciones ofrecen este tipo de programas a los profesionales aprovechando mercados más amplios y generalmente a precios más bajos. En adición, han surgido otro tipo de certificaciones que pueden resultar atractivas al mercado laboral y que no requieren, aún, ser reconocidas por los entes reguladores, se pueden mencionar aquí los micromáster, certificaciones de la industria, y validaciones a la posesión de una habilidad.

 

Dentro de esas certificaciones alternativas hay una que lleva años intentando consolidarse como la nueva forma de educación: los MOOC[1]. Estos son cursos masivos ofrecidos en ciertas plataformas, donde puede asistir cualquier persona desde cualquier lugar del mundo. Los cursos suelen ser gratuitos, pero hay que pagar para tener certificado de finalización.

Los MOOC llevan años siendo vistos como un eje de radical transformación en la educación, pero hasta el momento no han cumplido con dicha promesa. Generalmente han tenido momentos de ascenso y posterior descenso, donde queda el ambiente de decepción por la falta de consolidación. Sin embargo, la COVID-19 ofrece una oportunidad gigante para este tipo de formación, puesto que obliga a que casi todo el mundo esté estudiando en línea, y para poner un ejemplo, ¿Por qué voy a pagar una elevada matrícula por una formación digital en una universidad local, si puedo estudiar en la Universidad de Chicago con un costo similar, o inferior? Agregado a esto que las empresas consideran cada día menos el diploma universitario como un elemento altamente diferenciador de profesionales.

Y a esta inquietud se le debe agregar ¿qué pasa cuándo me gradúe luego de cuatro años? Uno esperaría encontrar un trabajo pronto, pero hay un reto en el mercado que afecta a las universidades: cada vez más empresas prefieren otros esquemas de formación, más cortos y dirigidos, e incluso formar a sus propios estudiantes. Esto es otro factor que puede disminuir el deseo de pasar por una universidad.

Por tanto, las universidades se encuentran en un momento disruptivo para su rol dentro de la sociedad. Y si bien son una institución milenaria no deberían sentarse sobre los laureles y sentir que esto es un momento por el que ellas pasaran sin verse tan afectadas. Es necesario recordar aquí la experiencia de otras organizaciones que estaban bien asentadas en la sociedad y tenían un poder dominante en el mercado: Kodak y Blockbuster. En ambos casos, la evolución de la tecnología les hizo inviables en los mercados en los que se encontraban puesto que la competencia ofrecía mayor valor agregado.

Quizá no se llegue a un nivel de desaparición de la Universidad, pero si se dará la quiebra de muchas instituciones que no se logren adaptar al nuevo contexto. Es necesario, pues, que las instituciones universitarias locales encuentran cuál es su eje diferencial frente a la competencia y frente a los cambios generacionales.

¿Cuáles son las futuras formas en que se puede adaptar la educación superior por Covid-19?

En este muy interesante texto, Francisco Marmolejo insiste en que no basta con reparar la universidad, sino que es necesario imaginar una nueva educación superior. La universidad se debe adaptar a nuevos contextos, y evitar caer en la autoconfianza que tuvo Blockbuster, lo cual implica necesariamente modificar sus modelos de operación, la manera en que entrega valor a las sociedades para responder a las demandas que las nuevas generaciones y los nuevos retos le imponen.

Marmolejo muestra casos muy interesantes como lo es la oferta de formación compartida entre consorcios de universidades, la concepción de un modelo de “suscripción” en el que se tiene la posibilidad de tomar cursos a elección por determinado tiempo, o entregar garantías, devolución de dinero o acceso a contenidos, mientras no se consigue trabajo luego de la formación.

Esos modelos están muy bien, son altamente innovadores. Aunque no estoy seguro si pueden llegar a ser la pregunta suficiente para todas las instituciones.

Creo que lo primero que debe hacer cada institución y cada sociedad es repensar el lugar de la universidad en la sociedad, cuál es el valor agregado que presenta y porqué es necesario conservarla. A partir de eso, si es factible preguntarse por las formas en que cada universidad puede hacer llegar ese valor agregado.

La primera es una pregunta difícil de responder sin tocar sensibilidades. Lo primero que se debe insistir es en quitar el sitio “sagrado” que tiene la universidad. Si, es muy importante dentro de una estrategia de educación superior, pero no es la única, y se debe valorar los otros tipos de formación cómo lo son la técnica y la tecnológica, que también son opciones válidas para muchas personas ¡No todos deben y quieren ser profesionales! Esto es una discusión vieja, incluso Veblen la planteaba en su libro de principios del siglo XX.

Si bien no soy experto en educación superior, considero que uno de los elementos diferenciales de la universidad, y lo profesional, es su formación integral (humanista y técnica) y la cercanía que tiene con los procesos de producción de conocimiento. La universidad no debe transmitir conocimiento, sino que debe generarlo y debe usarlo: de allí las misiones universitarias. Esto es lo que la diferencia de otros tipos de instituciones y plataformas educativas, que se enfocan más que todo en transmitir unos conocimientos y enseñar a aplicarlos. Así, la investigación es un eje fundamental de las universidades y debería ser la esencia de su valor agregado.

Ahora bien, no basta con el énfasis en la investigación. La globalización de la educación superior implica que las universidades de élite pueden: ofrecer cursos en línea o pueden establecer sedes regionales. ¿Qué puede diferenciar a las universidades locales en este entorno de competencia? La cercanía con las necesidades locales de la sociedad y la presencialidad.

La primera, entonces, radica en que la formación e investigación de carácter universal debe tener alto nivel, pero ha de ser llevada a ser entendida en contextos locales y respondiendo a las necesidades de las comunidades y empresas. Esto no lo pueden ofrecer ni las plataformas ni otras universidades, sino solamente aquellas instituciones asentadas en los territorios que conocen las particularidades y necesidades específicas.

Por otro lado, cuando se habla de presencialidad no se debería entender como el volver a las viejas prácticas que habían funcionado antes de la pandemia. La presencialidad tiene una función clara de interacción entre los estudiantes y el alumno, y eso implica cambiar las formas de entender la clase en la que se trata de una discusión y diálogo entre alumno y profesor, y donde los espacios físicos de encuentro pueden llegar a cobrar incluso mayor importancia que los salones de seminario e incluso de clase. Las nuevas dinámicas pueden implicar cambiar la forma en que se entienden y se usan los espacios.

Una vez comprendidas estas preguntas, si podemos entonces hablar de nuevos modelos de negocio y nuevas formas de educación. Las propuestas de Marmolejo son válidas, pero lo más importante es que las universidades deben entender la situación de crisis y no verse como instituciones sólidas en una coyuntura momentánea: parece ser que la disrupción tecnológica ya está afectando una institución milenaria y la pandemia del COVID-19 lo único que está haciendo es acelerar una tendencia ya presente.

Para ello es pertinente tener en cuenta el adecuado análisis de Marguerite Dennis. Para afrontar la crisis que ha generado el COVID-19 no basta con adaptación, sino tener la capacidad de imaginar una nueva universidad para un mundo que ha cambiado, con generaciones que cada vez tienen más alternativas para decidir sobre su carrera: ¡la Universidad ya no es la principal opción para los jóvenes y cada vez lo será menos!

[1]MOOC: Masive Open Online Courses

 

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